Opinión

Carroñeros

Artículo de opinión de Antonio Mingorance, presidente del Consejo Andaluz de COF sobre las acusaciones a las farmacias de hacer negocio indebido con las mascarillas.

Artículo de opinión de Antonio Mingorance, presidente del Consejo Andaluz de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (Cacof)

Antonio Mingorance

Los farmacéuticos tenemos paciencia. Ante el desplante o, incluso, el insulto, nuestra actitud es en general seguir trabajando y callar. En ese sentido de la disciplina hemos sido educados durante nuestra formación académica y en nuestro ejercicio profesional. Rendimos honor a esa idea porque todo, o casi todo, queda en un segundo plano con tal de servir al público con nuestro conocimiento en el manejo de una tecnología compleja llamada medicamento. Los farmacéuticos tenemos paciencia. Pero también tenemos un límite. Y el límite ha llegado cuando hay quienes, desde la impunidad de la difamación que tan lamentablemente prolifera en las redes sociales, están acusando a los farmacéuticos de hacer negocio durante la actual pandemia con la venta de mascarillas a precios desorbitados. Los farmacéuticos andaluces no podemos callar ante esto. Porque afirmar eso es calumniar con la falsa acusación de la usura a una profesión sanitaria que está dando la cara como la que más y, sobre todo, porque es insultar a la memoria de los muertos de esta catástrofe que padecemos todos.

La pandemia de la covid-19 ha sorprendido a nuestro país por la espalda. Eso es incuestionable. Tiempo habrá de analizar las causas y de distribuir responsabilidades. Pero también es verdad que la farmacia española en general y la andaluza en particular está formando parte de la respuesta de país ante esta emergencia. No sólo poniéndose a disposición de las autoridades sanitarias, sino siendo proactiva en el planteamiento de iniciativas que ayudasen a proteger mejor a la población y a los profesionales que velan por su cuidado. Los farmacéuticos hemos redoblado esfuerzos en hospitales apoyando a nuestros compañeros médicos y enfermeros; estamos llevando medicamentos a casa de los pacientes mayores o en situación de fragilidad que no pueden ni deben moverse de sus hogares; afinamos en la atención de colectivos vulnerables como las mujeres en riesgo de violencia de género (que no pueden ser olvidadas en mitad de esta crisis); nos estamos exponiendo al contagio manteniendo las farmacias abiertas como servicio esencial, atendiendo a nuestros pacientes sin protección ni certezas, porque, por no haber, no hay ni test rápidos de detección del virus para nosotros. Estamos aportando nuestra cuota de sudor para ayudar a controlar la pandemia, sin horarios ni descanso. Aportamos nuestro sudor y nuestras lágrimas y sangre, porque también entre los farmacéuticos lloramos a compañeros a los que se ha llevado por delante la pandemia y a quienes ha pillado la infección al pie del cañón, junto a nuestros pacientes. Donde siempre quisimos estar.

Ante estos hechos innegables, acusar a los farmacéuticos de lucro indebido con las mascarillas es de una bajeza moral repugnante. Pero en la bajeza moral de quienes viven de la carroña también hay grados. Están quienes actúan como los buitres, que planean sobre el mercado y, en cuanto hay señales de colapso, se lanzan a acaparar la producción. Aprovechando ese flanco débil de los sistemas de suministro que es la deslocalización internacional, operadores no sanitarios han copado, con métodos más que cuestionables, las existencias de mascarillas. Y se las han ofrecido a quienes han pagado más por ellas: grandes empresas con necesidades impostergables de reactivar la producción y gobiernos que, presa del pánico, han generado en ocasiones más confusión que certezas, también en términos económicos: la urgencia de asistir con lo que hubiere a los hospitales y a las fuerzas de seguridad ha devenido en pingües beneficios para esta suerte de aristocracia de los carroñeros. ¿Y los boticarios? ¿Qué hicieron? La distribución farmacéutica, especialmente las cooperativas, sensibles a las necesidades de las farmacias, que son sus socios y clientes, activó todos sus mecanismos de contacto con sus proveedores, con anterioridad a la declaración del estado de alarma, para atender a ese imponente incremento de demanda, llegando incluso a cerrar importantes precontratos. ¿Dónde están esas mascarillas? Donde haya tenido a bien distribuirlas el Gobierno, porque inmediatamente esas partidas quedaron bajo el total control de las autoridades. Esas mascarillas, que eran para las farmacias y para los pacientes que acuden a ellas, nunca llegaron a ese destino. Los farmacéuticos lo damos por bueno si con ello hemos ayudado a que la atención a los contagiados y a los profesionales que los atienden en los hospitales haya contado con algún alivio gracias a nuestra carestía. Pero lo que no vamos a aceptar jamás es que se acuse a los farmacéuticos, a los colegios profesionales que los representan o a las cooperativas de distribución con las que trabajan, de negligencia o de avaricia acaparadora.

Efectivamente, en la crisis de las mascarillas ha habido buitres. Pero, como digo, también hay clases entre los carroñeros y, por debajo de esos grandes depredadores de muertos, se arrastran otras criaturas que se aprovechan de la tragedia: gusanos, escarabajos e insectos diversos. Como tales se están comportando quienes, con sus vocecitas cobardes escondidas en Twitter, lanzan la sospecha de que, con las pocas mascarillas que están llegando al público desde las farmacias, los boticarios estamos haciendo el agosto. Bien. Sigamos hablando de mascarillas. Cuando los depredadores mayores han olfateado que los gobiernos, ante el tsunami que se viene encima de las cuentas públicas, no van a ser buenos pagadores, han vuelto su mirada al canal de la farmacia. Pero manteniendo unos precios de coste escandalosos, más allá de todo abuso. Inasumibles para el bolsillo del ciudadano medio español, que al final es quien paga esos artículos. A día de hoy, la distribución farmacéutica cooperativa lucha a brazo partido con los mercados para abastecer de mascarillas a las farmacias a un precio que éstas puedan asumir: porque las cooperativas de distribución nunca serán cómplices de las consecuencias desastrosas que para la salud pública implicaría convertir las mascarillas en un artículo de lujo, sólo asequible para los más pudientes, dejando atrás a miles de familias de las más golpeadas por la crisis económica asociada a la pandemia.

Finalmente, reconozco con honestidad que sí se han dado casos puntuales de precios de venta de mascarillas desorbitados en un reducido número de las cerca de 4.000 farmacias de los pueblos y ciudades de Andalucía. Desde aquí denuncio la iniquidad de esa práctica y animo a la ciudadanía a llevar a esos irresponsables, que manchan el nombre de todo el colectivo, ante los órganos de control colegial y las autoridades que corresponda para poner coto a esas actitudes deleznables. El buen nombre de la profesión farmacéutica y la memoria de los compañeros que han fallecido durante la pandemia lo exigen.

Mientras tanto, puedo asegurar que ningún farmacéutico honrado, como lo son la inmensa mayoría de los que atienden a las personas más vulnerables de nuestra comunidad, se va a quedar con una sola mascarilla para especular con su precio. Mejor conservar el sentido de humanidad en la pobreza que perder el alma en una búsqueda enloquecida de la prosperidad. La farmacia podrá equivocarse en sus decisiones. Pero sea lo que sea que haya de venir, la farmacia nunca traficará con la salud de las personas y siempre estará al lado de los pacientes.


Antonio Mingorance, presidente del Consejo Andaluz de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (Cacof)

Comentarios

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ANTONIO
ANTONIO
4 años

CUANDO SE ESCRIBE CON EL CORAZON Y SE ACTUA CON LA VERDAD ,SALE ESE SOLIDO ARTICULO QUE CELEBRO

Ramon
Ramon
4 años

Que buen articulo "Chapo" Enhorabuena

Elena Morillo
Elena Morillo
4 años

Artículo buenísimo!!! 👏👏👏👏👏

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