Terapéutica

La personalización de la terapéutica requiere de una cultura y formación transversal

El 70 Congreso de la SEFH cerró su primera plenaria con un debate sobre el impacto cultural en la eficacia de la medicina personalizada y la necesidad de integrar esa visión en la práctica asistencial.
Un momento de la mesa sobre personalización de la farmacoterapéutica del Congreso de la SEFH.

La personalización de la terapia farmacológica centró la primera mesa plenaria del 70 Congreso de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH), celebrado en Málaga, una sesión en la que se abordaron los factores que condicionan la individualización de los tratamientos desde la oncología, la psiquiatría y las enfermedades inflamatorias intestinales mediante herramientas como la farmacocinética y la farmacogenética. Bajo la moderación de José Germán Sánchez Hernández, del Complejo Asistencial Universitario de Salamanca, el debate derivó hacia una cuestión que marcó el cierre de la jornada: si el sistema sanitario y sus profesionales disponen realmente de una cultura de la personalización que se base en las técnicas que pueden aportar los farmacéuticos.

Sánchez planteó a los ponentes si los resultados clínicos dependen tanto de los avances técnicos como de esa cultura asistencial compartida. “¿Tenemos una verdadera cultura de la personalización o solo aplicamos herramientas de precisión sin modificar nuestra forma de trabajar con el paciente?”, preguntó. Su reflexión apuntaba a que los logros alcanzados en farmacogenómica o en monitorización terapéutica no se traducen necesariamente en una práctica verdaderamente individualizada. A su juicio, “la cultura profesional es la que determina finalmente los resultados de los tratamientos; sin ella, las herramientas se quedan vacías”.

Los ponentes de la sesión coincidieron con su diagnóstico y expusieron su visión acerca de la cultura que puede facilitar la personalización de la terapéutica y la obtención de mejores resultados en salud.

Para Eva María Legido Perdices, del Hospital Arnau de Vilanova (Valencia), “lo más importante es la formación al equipo y la sensibilización. Hay que explicar que la concentración es lo que hace que actúe un medicamento y, por tanto, es muy importante medir y establecer fuentes de colaboración”. Esto sería esencial para tomar medidas ante un paciente que no responde o que presenrta efectos adversos relevantes.

A este respecto, Eduard Fort Casamartina, del Hospital Duran i Reynals del Instituto Catalán de Oncología, apuntó que “hay que hacer mucha docencia”. Recordó su experiencia en oncología, donde la comunicación directa con los clínicos ha sido determinante. “Cuando planteas que un tratamiento puede dejar de funcionar no porque el tumor se haya hecho resistente, sino porque no estamos utilizando el medicamento a la dosis adecuada, la receptividad de los oncólogos ha sido muy buena”, explicó.

Por su parte, Ana Rodríguez Vázquez, del Hospital Universitario de Ourense, subrayó la necesidad de cohesión profesional. Según ella, “es importante hacer equipo y que todos entendamos que el objetivo es el mismo: que el paciente se cure y que el tratamiento funcione. El médico y el farmacéutico deben trabajar juntos para eso, con docencia compartida”.

Fort también explicó que farmacogenética y monitorización terapéutica deben ser analizadas en conjunto para tomar decisiones de personalización. “Tienen que estar fusionadas; una sin la otra no tiene sentido”. Explicó que la genética aporta información esencial sobre la predisposición del paciente, pero que sin el seguimiento farmacocinético no es posible interpretar de forma completa la respuesta al tratamiento. “Puedes tener diferentes factores que, por un solo valor, no te permitan realmente predecir el efecto global del fármaco”. En este sentido, recordó que hay situaciones en que la respuesta de un paciente a un medicamento no se explica por los niveles plasmáticos, sino que hay otros elementos que condicionan el resultado, afirmó.

Por su parte, Legido también abogó por la necesidad de aplicar estas técnicas en pacientes politratados en el ámbito neurológico. “Habría que incorporar la farmacocinética en este perfil de pacientes, dado que puede haber muchísimas interacciones en pacientes politratados y, desde el inicio, hay que implantarla. Si además podemos utilizar herramientas farmacogenéticas, también nos va a ayudar a anticipar posibles situaciones de toxicidad”, expuso.

Tres ámbitos de personalización

Las ponencias de cada uno de los participantes se centraron en un ámbito de aplicación de la personalización terapéutica con herramientas de farmacocinética y farmacogenética.

Desde la perspectiva oncohematológica, Fort explicó que la medicina de precisión “forma ya parte del día a día en oncología, pero eso no significa que estemos personalizando de verdad”. Explicó que en patologías como el cáncer de pulmón, tradicionalmente tratadas como una sola enfermedad, el conocimiento molecular ha permitido definir subtipos y adaptar las terapias a cada alteración genética. Sin embargo, advirtió que la dosis de muchos fármacos se sigue ajustando de forma empírica y defendió la necesidad de integrar la monitorización farmacocinética y farmacodinámica como parte rutinaria de la práctica clínica. “Solo combinando la farmacogenética con la medición objetiva de niveles plasmáticos podremos hablar realmente de tratamientos individualizados”, afirmó.

A continuación, Legido abordó el papel de la farmacogenómica en la optimización del tratamiento antipsicótico. Subrayó que la variabilidad metabólica entre pacientes condiciona de manera decisiva la respuesta a los psicofármacos, y que el conocimiento de los polimorfismos genéticos puede ayudar a optimizar la dosificación y reducir reacciones adversas. Destacó, además, la importancia de formar a los equipos clínicos para interpretar correctamente los resultados genéticos y trasladarlos a decisiones terapéuticas. “De poco sirve disponer del dato si no existe una cultura clínica que sepa integrarlo en la atención al paciente”, señaló, defendiendo que la farmacogenómica debe incorporarse desde el inicio en el manejo de pacientes politratados o con escasa adherencia.

Por su parte, Ana Rodríguez insistió en que la personalización no puede limitarse a la elección del biológico o al ajuste de dosis tras la pérdida de respuesta, sino que debe basarse en la estratificación de pacientes mediante biomarcadores predictivos y en la monitorización proactiva de concentraciones plasmáticas. Explicó que estos procedimientos permiten anticipar la evolución clínica y evitar tanto la ineficacia como la toxicidad, y destacó que la colaboración entre farmacéuticos y clínicos es esencial para consolidar esta estrategia. “El futuro de la enfermedad inflamatoria intestinal pasa por una individualización temprana y sostenida que priorice la respuesta del paciente frente a la rigidez del protocolo”, afirmó.

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