Artículo de opinión de José María López Alemany, director de Diariofarma.
Algo que se da por hecho en relación con la transmisión del SARS-CoV2 es que crece con la movilidad. El mayor número de oportunidades de contacto entre una persona infectada y otras que no lo estén multiplica los riesgos de contagio y, por tanto, el crecimiento de la pandemia.
Por ese motivo, una medida totalmente efectiva para frenar la pandemia es el confinamiento domiciliario. Si nadie se relaciona con nadie, la transmisión se vuelve nula, como es normal.
Esta misma lógica, sin llegar al mismo extremo, se ha trasladado a la puesta en marcha de las medidas que desde marzo de 2020 se han ido poniendo encima de la mesa, pero de forma muy relevante desde octubre pasado, con el segundo estado de alarma.
Desde que se instauró el segundo estado de alarma, mediante el Real Decreto 926/2020, de 25 de octubre, por el que se declara el estado de alarma para contener la propagación de infecciones causadas por el SARS CoV-2, en muchas regiones se ha vivido más tiempo con cierres perimetrales de toda la comunidad autónoma que sin ellos. Un ejemplo paradigmático es la Comunidad Valenciana, que inició el cierre el 30 de octubre y así sigue, cinco meses después. Pero, ¿son útiles estas medidas?
Si nos fijamos en la evolución general de la pandemia a lo largo del último año, más allá de la primera ola, cuyos datos son incompletos, parece claro que la tercera ola ha sido mucho peor que la segunda. Y eso que ya estaba en vigor el estado de alarma. Es cierto que el estado de alarma pudo haber tenido un efecto para limitar la segunda ola y acabar antes con ella, pero no lo es menos que con la tercera no pudo. Y fue, precisamente esta tercera ola, la que ha sido peor hasta el momento.
En este sentido, mucho se habla de la Navidad como elemento clave en la detonación de la tercera ola. Y pudo ser así, pero la realidad es que, para muchísima gente, me atrevo a decir que para la gran mayoría, la Navidad no fue ni mucho menos similar a la habitual de todos los años ya que las reuniones se redujeron al mínimo y en caso de producirse, lo normal es que se hubieran tomado medidas de precaución, si es que las políticas de formación e información han tenido efecto. En mi caso, el de mis familiares y allegados, las cenas y comidas navideñas, más allá del núcleo de convivencia, simplemente no existieron. Y como nosotros, muchos más.
El caso de la Comunidad Valenciana
Es cierto que en Navidad se relajaron algunas de las medidas impuestas previamente, especialmente el cierre perimetral en todas las comunidades autónomas, excepto en la Comunidad Valenciana, que siguió cerrada a cal y canto, como venía haciendo desde dos meses atrás. En este punto, cabría esperar que el comportamiento de la región levantina en la tercera ola hubiera sido mucho mejor que en el resto ya que no levantó las restricciones; pero, ¿ocurrió así? Pues no. Todo lo contrario. La Comunidad Valenciana fue junto a Extremadura la que tuvo una tercera ola más intensa, pero el caso de la primera batió todos los récords de incidencia acumulada registrados en una comunidad autónoma.
En efecto, la Comunidad Valenciana lleva cerrada perimetralmente desde el 30 de octubre cuando se dictó el Decreto 15/2020. A partir del mismo se pusieron en marcha cada vez más medidas de control en aforos, horarios de apertura de restauración, horarios de establecimientos comerciales, llegando a cerrar totalmente la hostelería y la restauración. Todas estas medidas juntas no evitaron la tercera ola. La lógica puede decir que son medidas que contribuyeron a reducirla, pero también es posible que a consecuencia de las mismas se incrementaran las reuniones en ámbitos privados y cerrados y fuera eso lo que produjera una ola tan devastadora. ¿Se ha analizado esta posibilidad?
La fiesta de San José
Otro ejemplo: con motivo de la Semana Santa y la festividad de San José, (casi) todas las comunidades autónomas se pusieron de acuerdo en cerrar perimetralmente para evitar desplazamientos. Un caso que los epidemiólogos deberán estudiar es lo que ocurrió en San José, donde siete comunidades autónomas, con el 42% de la población, tuvieron fiesta y diez (más Ceuta y Melilla) no. Siempre se ha dicho que los días de fiesta impactan negativamente en el comportamiento de la pandemia, pero dos semanas después del 19 de marzo no parece que haya ocurrido así. Es más, da la sensación de que las comunidades con fiesta han tenido un mejor comportamiento que las que no tuvieron.
Diariofarma ha realizado seguimiento desde cuatro semanas previas al 19-M y hasta dos semanas después. Las comunidades en las que fue festivo tenían el 17 de febrero una incidencia bastante superior a las que no tuvieron fiesta (387 vs 322). Dos semanas después, el 3 de marzo, la diferencia de incidencia se había reducido a solo 10 puntos, es decir que el comportamiento de las que tuvieron fiesta estaba empeorando respecto a las que sí tuvieron. Pues bien, el 17 de marzo la incidencia acumulada a 14 días de ambos grupos de comunidades autónomas era idéntica: 127 casos por 100.000 habitantes. Dos semanas después sigue igual, con solo 1 caso por 100.000 habitantes de diferencia. Una vez más, ¿se ha analizado esta cuestión o se siguen asumiendo por inercia hipótesis que pueden no ser ciertas?
El virus se transmite de forma ideal en situaciones en las que el contacto es más estrecho y cuando las medidas básicas de protección se han relajado u olvidado. Por ese motivo, es acertado intentar limitar las reuniones familiares en ambientes cerrados, pero hay que invertir mucho tiempo y recursos en explicar los motivos. Lo que no parece lógico es que, si el comportamiento de una persona es totalmente seguro en su lugar de residencia habitual, vaya a suponer un riesgo el hecho de que vaya a pasar el fin de semana a su casa de la playa o de la montaña. Por ese motivo, creo que poner el foco en el movimiento de las personas y no en su comportamiento, estén donde estén, es un error.
El cierre perimetral parece ideado para aislar a la población de la comunidad autónoma de la importación de nuevos casos, cuando la lógica sería que lo que se aíslen sean las zonas de mayor incidencia. Estos cierres se hacen para que sea muy visible la toma de medidas drásticas, aunque carezcan de sentido implantarlas. Se procura que los de fuera no contagien a los de dentro se generan situaciones de miedo e incluso odio entre ciudadanos, como la ‘madrileñofobia’ por ser ‘esparcidores de virus’ que se viene observando desde septiembre pasado.
¿Por qué Madrid no quiere cierre perimetral?
A este respecto, un elemento, no siempre bien explicado, que la Comunidad de Madrid pone encima de la mesa para rechazar los cierres perimetrales de las comunidades autónomas es que esa restricción provoca generalmente un peor comportamiento de la pandemia en Madrid debido a su densidad de población. Si se aísla Madrid el número de casos en la región crece mucho más que si se permitiera la circulación. Es cierto que el movimiento de personas puede generar que los casos que se fueran a producir en un lugar, a consecuencia de actitudes individuales de riesgo, se producirían en otro. Pero, al suceder en ámbitos con menores densidades de población, el número final de afectados sería muy inferior. Si esto se analizara desde una perspectiva nacional, buscando reducir al mínimo el número de casos totales del país, se trataría de facilitar al máximo que las zonas con mayor densidad de población derivaran a sus ciudadanos hacia las que menor densidad tuviera. Cataluña puede cerrar perimetralmente y facilitar al tiempo que desde Barcelona se vaya a zonas de menor densidad, como se ha visto que ha sucedido en Semana Santa. Lo mismo en el País Vasco. Madrid no puede.
Una vez explicado todo esto, creo que queda claro que el principal elemento a combatir no es la movilidad en sí, sino el comportamiento individual. Pero claro, eso es mucho más difícil de vigilar y asegurar, especialmente si no se ha invertido tiempo en convencer a la gente de lo que debe hacer y si se toman medidas absurdas que nadie entiende. Lo realmente eficaz es encerrar a todo el mundo en su casa y vigilar que se cumpla, pero no por el hecho de la movilidad, sino porque restringes los comportamientos individuales de riesgo que llevan aparejada la transmisión. ¿Pero es lógico hacerlo así? ¿No hay otras maneras? Pensando en el futuro y en la economía, ¿es lo adecuado?
Mucho se habla del impacto que tiene el comportamiento de los jóvenes en la pandemia. Y es muy probable que sea así. Pero, ¿a alguien se le ha ocurrido explicarles a estos jóvenes que con cada una de las transmisiones que pueden provocar empeoran su futuro laboral, social y económico? Son ellos mismos los que están provocando hoy sus peores perspectivas laborales y económicas de mañana y no podrán echarle la culpa a nadie más que a ellos mismos. Cuando pudieron, no hicieron lo posible y lo imposible para intentar acabar con esta pesadilla cuanto antes.
Por todo ello, yo insisto en la necesidad de concienciar sobre lo que realmente es importante para la transmisión del virus. Distancia, vida en exterior, mascarillas adecuadas (eliminando las higiénicas y de tela del ámbito interior), ventilación…. Y todas estas cosas hay que seguirlas, duermas en tu piso en Getafe o en el apartamento de la playa en Gandía.
Por eso lo importante es vigilar las actuaciones individuales de riesgo, no los viajes y las actividades que carecen de ese riesgo. Hace unos meses, aunque luego se le olvidó, lo dijo muy claro el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara en la segunda ola: prefería que la policía vigilara las fiestas ilegales a los desplazamientos entre comunidades, ya que era más efectivo.
Si seguimos haciendo lo mismo que hasta ahora; si no tenemos información de la situación de transmisión de más de 20% de los casos; si no utilizamos la tecnología todo lo que deberíamos, y si no se analiza la repercusión de las medidas que se ponen en marcha, seguiremos poniendo impulsando restricciones ineficaces y limitaciones absurdas que cada harán que las pocas eficaces que existen sean seguidas cada vez por menos gente.
El foco, el único foco, debe ir a la concienciación individual de la toma de medidas de protección adecuadas y eficaces para cada situación. La cadena siempre se rompe por el eslabón más débil. Hay que identificar cual es y es ahí donde hay que poner la atención.
José María López Alemany es director de Diariofarma.