El concepto de salud respiratoria baja en carbono ha comenzado a abrirse paso en la agenda sanitaria internacional como una consecuencia lógica de dos realidades que avanzan en paralelo. Por un lado, el cambio climático y el deterioro de la calidad del aire están agravando la carga de enfermedad respiratoria; por otro, el propio sistema sanitario contribuye de forma significativa a las emisiones de gases de efecto invernadero. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recuerda que el sector salud es responsable de una proporción relevante de las emisiones globales y que la descarbonización del sistema sanitario es, además de una obligación ambiental, una intervención indirecta en salud pública.
En el ámbito respiratorio, esta reflexión adquiere una dimensión especialmente sensible. Asma y otras enfermedades de este ámbito como la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) son patologías directamente influenciadas por la calidad del aire y, al mismo tiempo, su tratamiento inhalado tiene un impacto ambiental que ya no puede ignorarse. La salud respiratoria baja en carbono no plantea una dicotomía entre eficacia clínica y sostenibilidad, sino un proceso de integración progresiva de ambos criterios, con el paciente en el centro de la decisión.
La huella climática de la atención respiratoria
La evidencia acumulada indica que el sistema sanitario global representa alrededor del 4–5% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, según estimaciones recogidas por la OMS y por el informe Health Care’s Climate Footprint. Dentro de esa huella, el medicamento y la tecnología sanitaria concentran una parte significativa. En el ámbito respiratorio, los inhaladores presurizados de dosis medida (pMDI, por sus siglas en inglés) han sido identificados como uno de los principales focos de emisiones asociadas al tratamiento farmacológico, debido al uso de hidrofluorocarbonos (HFC) como propelentes.
El Servicio Nacional de Salud británico (NHS) fue uno de los primeros en cuantificar este impacto. Sus estimaciones indican que los inhaladores representan aproximadamente el 3% de la huella de carbono total del NHS, una cifra elevada si se considera que se trata de un único grupo terapéutico.
pMDI, DPI y la diferencia del propelente
Desde el punto de vista clínico, los inhaladores no son intercambiables de forma automática. Sin embargo, desde el punto de vista ambiental, las diferencias son claras. Los inhaladores presurizados (pMDI) tradicionales utilizan HFC-134a o HFC-227ea, gases con un potencial de calentamiento global muy elevado. Por el contrario, los inhaladores de polvo seco (DPI) no emplean propelentes y presentan una huella de carbono significativamente menor a lo largo de su ciclo de vida, según análisis de evaluación de ciclo de vida publicados en revistas especializadas y documentos técnicos como los de PrescQIPP.
No obstante, los expertos coinciden en que el criterio ambiental nunca debe imponerse al criterio clínico. Esta es una de las ideas fuerza que atraviesa todos los documentos de consenso: reducir emisiones es un objetivo legítimo, pero no puede lograrse a costa de un peor control de la enfermedad.
Prescribir con criterio clínico y ambiental
En España, este equilibrio ha quedado plasmado en el Documento de recomendaciones para una prescripción sostenible de inhaladores, elaborado por el Ministerio de Sanidad y publicado en febrero de 2025. El texto establece de forma explícita que la elección del inhalador debe basarse, en primer lugar, en la indicación clínica, la capacidad del paciente para utilizar el dispositivo y el control de la enfermedad, incorporando la variable ambiental como un criterio adicional cuando existan alternativas terapéuticamente equivalentes.
El documento subraya, además, que no se recomienda el cambio sistemático de inhalador en pacientes bien controlados únicamente por motivos ambientales, una advertencia alineada con las posiciones de sociedades científicas y con las experiencias de otros países europeos. La sostenibilidad, en este marco, se entiende como una transición progresiva, planificada y segura, no como una sustitución abrupta.
La presión regulatoria y el contexto europeo
Más allá de la iniciativa clínica, el contexto regulatorio europeo está acelerando esta transición. El nuevo Reglamento (UE) 2024/573 sobre gases fluorados de efecto invernadero incluye a los pMDI dentro del sistema de cuotas y reducción progresiva de HFC, en línea con los compromisos internacionales derivados de la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal.
Este marco no prohíbe los inhaladores presurizados, pero sí introduce una señal clara para la industria: el futuro pasa por alternativas con menor potencial de calentamiento global. La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps) ha señalado en diferentes comunicaciones que esta transición debe realizarse garantizando la disponibilidad de opciones terapéuticas seguras y eficaces para todos los pacientes y sin poner en peligro a los pacientes respiratorios que requieran de inhaladores para el buen control de la enfermedad.
Innovación farmacéutica y nuevos propelentes
La respuesta de la industria farmacéutica a este escenario se está articulando a través de dos vías complementarias: el impulso de dispositivos sin propelente y el desarrollo de nuevos pMDI con gases de bajo potencial de calentamiento. En este último ámbito, el propelente HFA-152a ha emergido como una de las alternativas.
En este sentido, cabe destacar que compañías farmacéuticas han estado trabajando en desarrollar alternativas a los inhaladores tradicionales. Así, recientemente, GSK anunció datos positivos de la fase III de su programa clínico para desarrollar una nueva versión de su inhalador presurizado o de dosis medida, Ventolin (salbutamol). Los datos confirman que la formulación del MDI de salbutamol que contiene un innovador propelente con baja huella de carbono, HFA-152a, muestra equivalencia terapéutica y tiene un perfil de seguridad comparable al MDI de salbutamol con el propelente actual, HFA-134a.
Más allá del dispositivo: educación, adherencia y reciclaje
La sostenibilidad en salud respiratoria no se limita al tipo de inhalador. El propio Ministerio de Sanidad insiste en que optimizar el tratamiento es, en sí mismo, una medida de reducción de emisiones, al evitar desperdicio de dosis, uso excesivo de medicación de rescate y exacerbaciones que conllevan ingresos hospitalarios.
La evidencia recogida por iniciativas como Greener NHS muestra que mejorar la técnica inhalatoria y la adherencia reduce tanto el impacto clínico como el ambiental del tratamiento. A ello se suma el papel del reciclaje de inhaladores, canalizado en España a través de SIGRE, como parte de una estrategia integral de economía circular del medicamento.
Una transición centrada en el paciente
De este modo, la salud respiratoria baja en carbono no es un cambio impuesto al paciente, sino un proceso que debe construirse con él. Evitar la estigmatización, ofrecer información clara y garantizar que cualquier ajuste terapéutico mejore o, al menos, mantenga el control de la enfermedad es una condición indispensable para el éxito de esta estrategia.
En un contexto en el que la contaminación y el cambio climático ya están agravando las enfermedades respiratorias, reducir la huella ambiental del tratamiento no es solo una cuestión de coherencia ecológica. Es, también, una forma indirecta de contribuir a un entorno más saludable para los propios pacientes. La clave está en hacerlo con rigor clínico, evidencia científica y una gobernanza clara que permita avanzar sin poner en riesgo aquello que se pretende proteger: la salud respiratoria.














César Hernández, director general de Cartera y Farmacia del Ministerio de Sanidad:
Kilian Sánchez, secretario de Sanidad del PSOE y portavoz de la Comisión de Sanidad del Senado.:
Rocío Hernández, consejera de Salud de Andalucía:
Nicolás González Casares, eurodiputado de Socialistas & Demócratas (S&D - PSOE):
Juan José Pedreño, consejero de Salud de Murcia: