Artículo de Jaume Puig-Junoy, Director del programa en Economía de la Salud y del Medicamento, UPF-BSM (Universitat Pompeu Fabra-Barcelona School of Management).
La propagación global del nuevo coronavirus (COVID-19) está contagiando no solo a las personas sino también la actividad económica y los mercados financieros a escala global. Una de las pocas certezas que tenemos es que el impacto sanitario y económico de la pandemia no depende solo de factores epidemiológicos sino del comportamiento y respuestas de gobiernos, población y organizaciones. De la gestión pública y privada que se haga de esta doble crisis, sanitaria y económica, dependerá el impacto tanto sobre la mortalidad poblacional como la mortalidad de las organizaciones productivas y financieras, y de las economías domésticas.
Hasta hace poco, el estudio de las pandemias, más allá de los epidemiólogos, había interesado solo a los historiadores, con escasa atención, por no decir casi olvido, de los expertos en macroeconomía. Una de las excepciones notables ha sido Robert Barro de Harvard University, que ha estudiado la pandemia de gripe de 1918-1920 (virus H1N1), mal llamada gripe “española”.
Sería una excusa de mal pagador esgrimir ahora que las pandemias eran cosa del pasado (¿cómo lo eran antes del 2008 los ciclos económicos?). Solo basta nombrar la gripe de Singapur de 1957, la de Hong Kong de 1968 y la gripe aviar A (H1N1) de 2009 entre las más destacadas, por no nombrar también el Ébola, el coronavirus SARS-Cov o el MERS-Cov.
La gripe española de hace un siglo podría darnos una idea del peor escenario del COVID-19 y por eso, pese a las diferencias, se pueden extraer algunas lecciones. Esta pandemia tuvo tres oleadas principales entre 1918 -coincidiendo con la fase final de la primera guerra mundial- y 1919, siendo la segunda la que causó más muertos. El influyente reciente estudio del Imperial College del 16 de marzo también sugiere que puede haber varias oleadas con el COVID-19. La tasa de mortalidad de 1918-1920 se ha estimado en un 2% de la población mundial según Barro, con variaciones muy importantes entre países: India (tasa del 5,2%, con el 43% de todos los muertos del mundo), Estados Unidos (0,52%), y España (1,36%). A diferencia del COVID-19 la mortalidad fue más alta entre individuos de 18 a 40 años y sin enfermedades previas, y más elevada en los hombres de este grupo de edad, con efectos devastadores para las economías de los hogares. Robert Barro también ha estimado que la reducción del PIB en este período a causa de la pandemia fue del 6%, con una contracción mayor del consumo, con recuperación posterior rápida pero sin evidencia concluyente sobre la temporalidad o permanencia de parte de los efectos.
La necesidad de aplicar intervenciones no farmacológicas lo antes posible ya se aprendió en 1918, y así lo hizo el ejército americano en sus cuarteles. Sin embargo, no hubo diferencias de morbilidad y mortalidad significativas entre los cuarteles que lo aplicaron y los que no. La razón se encuentra en el grado de cumplimiento de las medidas: solo un pequeño grupo aplicó las medidas de aislamiento de manera estricta. En la epidemia de cólera en Hamburgo del año 1892 hubo revueltas contra la imposición de cuarentenas y aislamiento. Para tener éxito, los individuos deben cumplir y hacerlo de manera sostenida en el tiempo. En la ciudad de México, el uso de mascarillas durante la epidemia de gripe A (H1N1) en 2009-2010 llegó a un máximo del 65% y se redujo al 10% al cabo de diez días. Puesto que el período de incubación del COVID-19 (5-6 días) es más largo que el de la gripe, el cumplimiento debe ser sostenido durante meses, con aperturas y cierres que se pueden ir repitiendo. Es necesario prever medidas efectivas para mitigar la fatiga de la población y la mortalidad económica.
En 1918 las ciudades americanas intentaron controlar la propagación de la pandemia con diversas intervenciones no farmacológicas que iban desde usar máscaras quirúrgicas a medidas de distanciamiento social con cierre de escuelas e iglesias, prohibición de reuniones públicas y aislamiento de los enfermos, que se han estudiado como un experimento natural. Las ciudades americanas que adoptaron antes las medidas de contención tuvieron mejores resultados. Philadelphia tuvo los primeros casos el 17 de septiembre de 1918, pero permitió un gran desfile militar el 28 de septiembre y retrasó las medidas de distanciamiento social hasta el 3 de octubre. St. Louis tuvo los primeros casos el 5 de octubre y tomó medidas de distanciamiento social solo dos días después. Philadelphia tuvo un pico en la tasa de mortalidad atribuible a la pandemia ocho veces más elevada que St. Louis. Estas intervenciones, ¿redujeron también la mortalidad acumulada de la pandemia? Tres estudios para distintas ciudades americanas publicados en PNAS y JAMA en 2007 señalaban que cuando la adopción de medidas múltiples, mayor intensidad de la intervención, fue muy temprana, la mortalidad acumulada fue un poco menor (un 20% de media), impacto moderado debido a que pocas ciudades mantuvieron las medidas más de 6 semanas, si bien la reducción llegó al 30-50% del exceso de mortalidad en las ciudades que tuvieron más éxito.
La pandemia de COVID-19 es diferente de la gripe española en términos epidemiológicos y en el contexto de los sistemas de salud y las economías, cualquier extrapolación a hoy se debe hacer con precaución. Aplanar la curva epidemiológica para evitar sobrepasar el umbral de la capacidad del sistema sanitario es efectivo. En lugar de tener todo el sistema sanitario colapsado y sin capacidad de atención para una parte importante de quienes necesitan curas intensivas en un período corto que corresponde a la fase más aguda, si aplanamos la curva tendremos un colapso sanitario más prolongado pero a un nivel más bajo y con menor exceso de mortalidad. Se trata de ganar tiempo, esperando una vacuna, pan-coronavirus si puede ser, y la producción de antivirales y material sanitario a gran escala, y mientras tanto aumentar la capacidad de respuesta del sistema sanitario con más recursos asistenciales y hacer pruebas diagnósticas con validez técnica y clínica a quien y cuando haga falta. Aplanar la curva epidemiológica también debe ayudar a mitigar el impacto económico, pero se precisan medidas económicas de choque para aplanar también la mortalidad económica sobre las que disponemos de menos evidencia que para las intervenciones no farmacológicas.
Jaume Puig-Junoy es director del programa en Economía de la Salud y del Medicamento, UPF-BSM (Universitat Pompeu Fabra-Barcelona School of Management).