El abordaje de la resistencia a antimicrobianos requiere de una estrategia multifactorial que ofrezca avances tanto en el buen uso de los medicamentos como en la obtención de nuevos agentes activos. Por tanto, algunas de las principales herramientas para avanzar en ello son la concienciación de la sociedad, la formación de los profesionales o el incentivo a la investigación, tal y como se expuso durante el curso de verano ‘Antimicrobial Stewardship: de la teoría a la práctica’ organizado por Cátedra Extraordinaria Salud Crecimiento y Sostenibilidad impulsada por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y MSD, que ha tenido lugar en Santander.
La lucha contra las resistencias antimicrobianas es esencial para el futuro, puesto que tal como explicó durante la inauguración del curso la directora general de Cartera Básica de Servicios del SNS y Farmacia, Encarna Cruz, se trata del riesgo sanitario “más grave a nivel mundial”. Por ese motivo, con la coordinación de la Agencia Española de Medicamentos (Aemps) y la participación de seis ministerios, todas las comunidades autónomas, numerosas instituciones sanitarias y profesionales, así como más de 200 expertos, se puso en marcha en 2015 el Plan Nacional de Resistencia a Antibióticos.
Nuestro país, al igual que otros del área mediterránea es uno de los que presentan mayores niveles de uso de antimicrobianos y, a consecuencia de ello, también se detecta un mayor índice de resistencias a los diferentes antibióticos.
Para entender la dimensión del problema es necesario conocer a qué se debe la aparición de estas resistencias. La mayor parte de los antibióticos que tenemos provienen de bacterias y hongos que los generan para defenderse de otras cepas invasoras. Como es lógico, para evitar morir por su propio antibiótico las bacterias y hongos productoras han desarrollado inmunidad. Una inmunidad natural que es la base genética para el desarrollo de resistencias en bacterias previamente sensibles. Por ello, Bruno González-Zorn, microbiólogo de la facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, señaló que “no se puede evitar la resistencia microbiana, pero sí retrasarla”. De este modo, se ha observado la existencia de “genes de resistencia que dan lugar a altos niveles de resistencia”, explicó este experto, quien alertó del rápido avance de las resistencias a antimicrobianos: “están descontroladas y avanzan en todos los países”.
Una única salud
Por ese motivo, González-Zorn aseguró que la lucha contra antibióticos “debe ser global”, puesto que “la resistencia a antibióticos es un flujo constante entre ecosistemas” favorecido, además, por los movimientos de la población. A causa de estas situaciones, el abordaje de las resistencias debe ser integral y lo más amplio posible, avanzando hacia “una única salud”, tal y como explicó Laura Marín, Head of Secretariat Joint Programming Initiative on Antimicrobial Resistance del Swedish Research Council.
Marín explicó que una de las prioridades es la concienciación de la población y, por ello, destacó la importancia de que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y todas sus agencias abordaran en septiembre pasado el reto de las resistencias antimicrobianas y lideraran la búsqueda de soluciones para este problema.
Esta experta recordó que el pipeline de antibióticos está casi vacío y que no se ha desarrollado ningún medicamento frente a gram negativas desde hace más de 50 años. Por ese motivo, se está trabajando en impulsar la inversión en investigación desde organizaciones como la Joint Programming Initiative on Antimicrobial Resistance (JPIAMR) que, además, coordina los proyectos para evitar solapamiento de investigaciones y maximizar los resultados. El reto es incrementar la concienciación de los estamentos políticos y ampliar los escasos 500 millones comprometidos hasta el momento.
Pero el impulso público a la investigación básica para el desarrollo de nuevos antibióticos debe ir acompañado también de una apuesta por parte de la industria farmacéutica para el desarrollo de los mismos. No obstante, hay una serie de retos y circunstancias que desincentivan la inversión privada en estos ámbitos. Por ello, el economista de la salud Jorge Mestre realizó un repaso por los posibles incentivos a la investigación de medicamentos antimicrobianos ante la existencia de desafíos científicos, por la dificultad de alcanzar el éxito; desafíos regulatorios de cara a demostrar superioridad y desafíos económicos derivados de que el sistema de pago-reembolso actuales no ofrecen un retorno apropiado o suficiente en un ámbito en el que se busca “optimizar el uso de los nuevos productos, con lo que el retorno se reduce aún más”.
Desvincular la venta del retorno de la industria
Por todo ello, y dado que se trata de un entorno con mucha incertidumbre, Mestre propuso la puesta en marcha de incentivos que compensen los riesgos para la puesta en el mercado de nuevos antibióticos. Entre otras, expuso un modelo de desvincular el retorno que obtiene la compañía farmacéutica del volumen de venta del medicamento. Un modelo que podría suponer una inversión de 800 a 1.300 millones de dólares a nivel global más un precio local adecuado que favorezca el uso oportuno y apropiado. “Ni gratis ni precio excesivamente alto”, explicó.
Más allá existen otros incentivos como puede ser la transferencia de derechos de propiedad intelectual entre medicamentos con el objetivo de que el incentivo por el desarrollo de un medicamento en un área no rentable sea la ampliación de la protección intelectual en otras que sí son lucrativas para las compañías. En cualquier caso, todos estos modelos requerirían de amplios acuerdos internacionales que, a día de hoy, alejan la posibilidad de hacerlos realidad en el corto plazo.
Lo que sí se puede hacer ya, y se está haciendo, es avanzar en el uso adecuado de los antimicrobianos. En este ámbito, nuestro país tiene mucho camino por recorrer tal y como explicó José Miguel Cisneros, coordinador del programa Pirasoa de Andalucía, puesto que, por ejemplo, tenemos el dudoso mérito de consumir 50 veces más amoxilicina/clavulánico que Alemania. Por ese motivo, Cisneros puso en valor los logros obtenidos con la puesta en marcha de los Programas de Optimización de uso de Antibimicrobianos (PROA) que, “además de mejorar la calidad de prescripción reducen el consumo de antibióticos”.
Tal y como indicó este experto, el equipo PROA tiene en su núcleo al infectólogo, al microbiólogo y al farmacéutico y las herramientas básicas son la formación y la incentivación y motivación a través de indicadores, así como el compromiso del ámbito público. En este sentido, también reclamó un procedimiento acelerado para la aprobación de los nuevos antibióticos así como la inversión en tecnologías de diagnóstico microbiológico con el objetivo de utilizar el antimicrobiano más conveniente durante el tiempo mínimo necesario.
PROA: Una prioridad nacional
En relación a este compromiso institucional, uno de los coordinadores del Plan Estratégico Nacional de la Lucha contra las Resistencias Antibacterianas, Antonio López Navas, puso de manifiesto que hasta el momento diez comunidades autónomas han creado sus comités de referencia locales. Además, explicó que, institucionalmente, “se debe exigir a los centros hospitalarios adhesión al Plan Nacional de resistencia antimicrobiana, la existencia de un PROA y que nombren al frente a un directivo”. A pesar de ser una “prioridad nacional”, según López, en la actualidad, tal y como explicó otra coordinadora del Plan, Cristina Muñoz Madero, solo el 40% de los hospitales tienen constituido un PROA con actividades y funciones normalizadas.
La perspectiva de la industria se ofreció por Elizabeth Hermsen Head, Global Antimicrobial Stewardship de MSD, quien abogó por trabajar desde la perspectiva de la oferta, con nuevos medicamentos, diagnósticos, etc; así como desde la demanda, donde se necesitan “pilares fuertes” en materia de prevención, vigilancia y políticas de salud. En este ámbito, incluso criticó la existencia de antibióticos de libre acceso, sin receta, por su efecto sobre las resistencias microbianas.
Hermsen explicó que el foco debe ponerse en los ámbitos de educación, implementación, investigación y pulso político, así como hacer posible el stewardship, en relación a diagnósticos, elección del antibiótico adecuado a la dosis y duración necesaria, entre otras cuestiones.
Todo ello, con el objetivo de que no se convierta en realidad la estimación de que en 2050 la resistencia a antibióticos sería una de las principales causas de muerte en el mundo, con más de 10 millones de fallecimientos, superando a las muertes por cáncer.