
La competitividad de Europa lleva años en declive. Las causas son múltiples: un marco regulatorio cada vez más complejo, una carga fiscal elevada, y una dificultad crónica para traducir la excelencia científica en producción industrial. Pero si hasta ahora ese retroceso se explicaba en gran medida por las dinámicas del mercado global, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido cambiar las reglas del juego. Con el tamaño y el poder del mercado estadounidense como arma, ha puesto sobre la mesa dos objetivos claros: atraer inversiones para reindustrializar el país y generar empleo, y reducir el gasto público a través de la bajada del precio de los medicamentos, un asunto crucial ante una deuda pública que alcanza día a día niveles históricos.
Trump no va a levantar el pie del acelerador. Su estrategia combina amenaza de aranceles, presión política para la aplicación de la política de nación más favorecida y acuerdos bilaterales con la industria farmacéutica. Lo que comenzó con Pfizer y ha continuado con AstraZeneca no parece ser un episodio aislado, sino el inicio de una dinámica imparable. Tarde o temprano, la mayoría de las grandes compañías se verán abocadas a aceptar, al menos en parte, las condiciones impuestas por Washington.
En el caso de Pfizer, la decisión era previsible ya que se trata de una compañía estadounidense. El paso dado por AstraZeneca, sin embargo, resulta más significativo. Su reciente anuncio de cambio de cotización de Londres a Nueva York ya anticipaba un giro de alineamiento con el eje norteamericano, y su acuerdo con la Administración Trump lo confirma.
Dos frases de Trump y Pascal Soriot, consejero delegado de AstraZeneca, resumen bien lo que justifica las decisiones que se están tomando y adelantan las consecuencias que habrá, especialmente, para Europa. “Por muchos años, los estadounidenses han pagado los precios más altos del mundo para los medicamentos de prescripción. Hoy estamos cambiando eso”, declaró Trump durante el anuncio del acuerdo. Pascal Soriot, lo complementó con un mensaje que revela la magnitud del cambio. “Durante demasiado tiempo, Estados Unidos ha soportado una porción desproporcionada del coste de la innovación farmacéutica. Este reequilibrio es justo y sostenible”. Es decir, que otros países tendrán que pagar más por la innovación.
Mientras tanto, Asia continúa reforzando su posición como polo industrial. China, el sudeste asiático e India intensifican su apuesta por la manufactura farmacéutica y las inversiones en I+D, consolidando un triángulo de poder que deja a Europa cada vez más rezagada.
Europa se enfrenta a una doble presión. Por un lado, la de Estados Unidos, que absorbe la inversión de alto valor añadido y, por otro, la de Asia, que se convierte en el gran productor de bajo coste, además de los pasos que va dando en materia de innovación. Si no reacciona, el Viejo Continente corre el riesgo de convertirse en un consumidor dependiente de medicamentos fabricados fuera de sus fronteras, con consecuencias estratégicas y económicas de enorme calado.
Ante este escenario, Europa no puede mantenerse impasible. España y Europa deben reaccionar con decisión. No se trata de imitar a Trump, sino de comprender el cambio de paradigma que representa su política. El mercado farmacéutico ya no se regula únicamente por la competencia y la innovación; también por la geopolítica y la soberanía industrial toman partido. Si la pérdida de competitividad frente a Estados Unidos y China ya era una realidad antes de Trump, el nuevo contexto la agrava. No hay cifras oficiales, pero distintas estimaciones apuntan a que las inversiones que Estados Unidos captará por esta vía podrían superar los 300.000 millones de euros en los próximos cinco años. Finalmente será posiblemente más ya que solo Pfizer (70.000 millones) y AstraZeneca (50.000) ya se acercan a la mitad de esa cifra. Ese capital, lógicamente, se desplazará desde entornos menos exigentes o menos atractivos, entre los que Europa parece quedar atrapada en tierra de nadie, con una carga regulatoria creciente, una fiscalidad elevada y una estructura productiva que envejece y no innova.
Siete medidas de Farmaindustria
En España, el debate sobre la política industrial farmacéutica adquiere una relevancia renovada. Esta misma semana, Farmaindustria ha detallado su propuesta de siete medidas para reforzar la competitividad del sector. El planteamiento llega en un momento especialmente oportuno y merece una reflexión seria por parte de la Administración. No se trata de una reivindicación coyuntural, sino de una llamada estratégica que exige decisiones inmediatas.
Las medidas de la patronal, en ámbitos regulatorios, fiscales, de compra pública y de inventivos a la inversión, pueden ser objeto de debate en sus detalles, pero no en su necesidad. En los últimos años, los gobiernos europeos han impulsado ambiciosos planes de apoyo a la transición energética, a la digitalización o a la lucha contra el cambio climático. Con la misma determinación, es imprescindible abordar la autonomía estratégica en materia sanitaria y farmacéutica, una cuestión que no solo afecta al empleo o a la competitividad, sino también a la seguridad y a la salud pública.
La innovación farmacéutica no es una promesa de resultados a décadas vista: está salvando vidas hoy y transformará la asistencia sanitaria en pocos años. Por ello, resulta imprescindible asegurar que España y Europa no pierdan el tren de la innovación y la industrialización. De otro modo, algunas de las inversiones anunciadas en los últimos meses por parte de diversas compañías podrían desvanecerse, y las deslocalizaciones, que ya se vislumbran en algunos casos podrían intensificarse y agravarían la debilidad estructural de nuestro tejido productivo.
España, con su potencial científico y su tejido industrial, no puede limitarse a observar. La ventana de oportunidad es breve. Si no se define una hoja de ruta industrial ambiciosa, otros decidirán por nosotros dónde se produce, dónde se innova y quién lidera el futuro de la salud.
Por todo ello, urge que el Gobierno, y no solo el Ministerio de Sanidad, sino también Hacienda y Economía, analice con profundidad la situación y evalúe las propuestas del sector. España necesita un plan de país que, en coordinación público-privada, nos sitúe de nuevo en el mapa de la inversión farmacéutica global. De lo contrario, cuando el tablero se reordene, corremos el riesgo de haber quedado fuera de la partida.
José María López Alemany es director de Diariofarma.

Artículo de opinión de José María López Alemany, director de Diariofarma, sobre la situación geopolítica y la necesidad de actuación por parte de la Administración tomando como base la propuesta de Farmaindustria.











César Hernández, director general de Cartera y Farmacia del Ministerio de Sanidad:
Kilian Sánchez, secretario de Sanidad del PSOE y portavoz de la Comisión de Sanidad del Senado.:
Rocío Hernández, consejera de Salud de Andalucía:
Nicolás González Casares, eurodiputado de Socialistas & Demócratas (S&D - PSOE):
Juan José Pedreño, consejero de Salud de Murcia: