Artículo de opinión de Fran Rosa, periodista especializado en el sector farmacéutico.
Natacha Bolaños, coordinadora de Lymphoma Coalition Europe, decía esta semana, en una jornada sobre acceso a los nuevos tratamientos onco-hematológicos, área donde han irrumpido con fuerza las conocidas como CAR-T, que "se tiene la impresión de que el paciente siempre va a preferir lo último", pero, sirviéndose de su experiencia en la representación de éstos, aseguraba que "esto no siempre es así". Aseguraba que, "muchas veces, el paciente prefiere una segunda opción con más evidencia". No obstante, señalaba que había una relación directa entre el grado de información que estos recibían y la tendencia a realizar un uso adecuado de los recursos.
Pero la casuística, a la hora de analizar el comportamiento de los pacientes con respecto a la innovación terapéutica, es muy amplia. Véase, si no, la información que dábamos esta semana sobre la reunión del consejero de Salud de Navarra, Fernando Domínguez, con los padres de un niño afectado por la enfermedad de Duchenne, para explicarles que la financiación de atalureno, un medicamento con aprobación condicional de la EMA para tratar los síntomas de esta enfermedad, ha sido denegada por la Comisión Interministerial de Precios de los Medicamentos. ¿La razón? Las incertidumbres sobre su eficacia real, que quedaron plasmadas en el informe de posicionamiento terapéutico correspondiente.
No se puede negar que se trata de un tema espinoso. Por un lado, están los pacientes y familiares que buscan por todos los medios que los síntomas de sus enfermedades sean aliviados y que, como es el caso de la enfermedad de Duchenne, de carácter degenerativo, se agarran con fuerza a cualquier atisbo de esperanza. Lo mismo cabe pensar que ocurre cuando hablamos de enfermedades mortales, como el cáncer, que hacen emerger en las personas que lo padecen y en sus entornos el más primitivo de todos los instintos, el de la supervivencia. Por otro lado están los gestores, los que se encargan de decidir qué tratamiento se financia y, por tanto, se utiliza, y cuál no.
Esta situación tan delicada exige, por encima de todo, una alta sensibilidad. Y eso no implica que haya que financiar todo ni que se tenga que hacer a cualquier precio. Que la sanidad española está infrafinanciada y que hay que elevar el presupuesto es una verdad palpable en cualquier centro sanitario público: se ve en las listas de espera, en las condiciones laborales de muchos profesionales, en la carga de trabajo que están soportando, así como en los pasillos de las Urgencias, llenos de pacientes en situación delicada. Pero igual de cierto es que abrir la mano a financiarlo y aplicarlo todo, independientemente de los resultados que se consigan, no solo no es eficiente, sino que puede ser contraproducente.
Por eso, la que fuera directora general de Cartera Básica de Servicios del SNS y Farmacia del Ministerio de Sanidad y ejerce ahora como coordinadora de Terapias Avanzadas de la Consejería de Sanidad de Madrid, Encarnación Cruz, lanzaba, en la misma mesa en la que participó Bolaños, un mensaje a todos los que nos dedicamos a informar sobre las innovaciones terapéuticas. Un mensaje que al que escribe estas líneas le pareció razonable y digno de ser difundido.
Cruz mostró su preocupación por el daño que pueden causar algunas informaciones, o comunicaciones, que hablan de tasas de curación del 90% con los nuevos tratamientos onco-hematológicos, pero omiten, por ejemplo, la gravedad de sus efectos adversos, que pueden ser, en algunos casos, mortales. Añadían, tanto ella como la nueva subdirectora general de Calidad de los Medicamentos, Dolores Fraga, que algunos de los nuevos fármacos que se están aprobando en las últimas fechas llegan al mercado sobre la base de resultados cosechados en ensayos clínicos de fase II, sin comparador y utilizando variables subrogadas.
El problema es que toda esta información, todo lo que va más allá de la aparición de un nuevo fármaco, no suele llegar con la misma claridad a la población. Los pacientes no suelen estar al tanto de que la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) ha concedido una autorización condicional a ese fármaco, ni de que eso obliga al laboratorio a generar nuevos datos que confirmen esos resultados iniciales. Tampoco suelen ser conocedores del hecho de que es esa necesidad de completar los datos, en muchas ocasiones, la que lleva a los organismos encargados de decidir sobre la financiación y el acceso a las medicinas en los estados a mantener su utilización en stand-by, hasta que se completen los ensayos y, en ocasiones, incluso, hasta que se vaya generando evidencia en la práctica clínica. No hay que olvidar que hablamos de fármacos complejos, y también asociados a altos costes, por lo que parece razonable que se busquen unas mínimas garantías.
Todo ese tránsito regulatorio por el que pasan los nuevos medicamentos convive, en paralelo, con un flujo constante de información que va llegando a la opinión pública. Información que es difundida a través de medios de comunicación, como éste que leen ahora, a partir, principalmente, de los datos que ofrecen los titulares de comercialización (interesados, de forma legítima, en que su inversión comience a dar réditos cuanto antes), y por médicos especialistas que, o bien han participado en la fase de investigación clínica, o bien conocen el mecanismo de acción del fármaco y la enfermedad, y lanzan estimaciones sobre lo que podrían suponer esos nuevos fármacos para la salud del paciente.
Antes, la difusión de estas informaciones quedaba circunscrita al ámbito profesional. Era difícil que el lanzamiento de un nuevo medicamento llegara a oídos de la población general, más allá de que algún médico pudiera informar en la consulta de la aparición de una nueva alternativa terapéutica. Ahora, en cambio, la información sobre la llegada al mercado de nuevos fármacos fluye sin control. Las redes y los medios sociales, que han supuesto avances importantes en la democratización del acceso a la información y han cambiado la forma en la que se producen las relaciones humanas, hacen de amplificadores y todo termina llegando a todas partes. Solo hay que querer encontrarlo.
De ahí se desprende un deber para todos los que, de alguna u otra manera, somos responsables de la información que continuamente está llegando a la población, grupo en el que estamos la industria farmacéutica, las autoridades, los profesionales sanitarios (médicos y farmacéuticos, principalmente), los propios medios de comunicación y, ahora también, las asociaciones de pacientes. Sería muy positivo que sean la ética y el rigor los que guíen cualquier información al respecto de los nuevos medicamentos. Eso implicaría que, si no hay datos concluyentes, no se generen falsas expectativas en los pacientes. Porque si las expectativas se elevan artificialmente, luego hay que lidiar con la frustración, y eso no suele ser fácil.
Francisco Rosa es periodista en Diariofarma